En Béjar, Salamanca 4 de julio de 1946
Hago constar que es ésta la primera carta que escribo en España a una persona que no sea mi madre, mi padre o mi madre política. Y lo hago constar para que no me tache usted de falso después de haberle prometido abundante correspondencia desde la Madre Patria. Lo malo es que ahora hay tanto que contar que no sé cómo organizar mis impresiones para que no resulte la presente un documento esquizofrénico.
Mi viaje fue feliz (en avión hasta Lisboa) aunque desde luego, con las molestias inherentes al hecho de viajar con niños tan pequeños. Estuvimos dos días de Lisboa y tomamos el expreso Lusitania hasta Madrid. La primera impresión de Madrid fue harto desagradable. Quizás de debiera a que llegamos domingo (ciudad muerta en cualquier país del mundo) y a que el trayecto de la estación al hotel no fué el más adecuado para justificar el dicho de los Madrileños que “de Madrid al Cielo”. A pesar de la intensa labor de reconstrucción quedan en la capital española huellas profundas del terrible asedio durante la guerra civil. El hotel, recomendado por unas señoras catalanas que conocimos en el avión, tampoco resultó satisfactorio. Luego hemos vuelto a Madrid en distintas ocasiones y en algunos sentidos hemos tenido que modificar aquella primera impresión. De todos modos Madrid como capital de España resulta un absurdo. El capricho de Felipe II de trasladar la corte a aquella villa lo estamos pagando todos, tanto españoles como extranjeros. Madrid está situado en la región más pobre y árida de España. No tiene puertos cerca. Depende para todo de las otras provincias lo cual hace, especialmente en estos tiempos de mercado negro, (aquí le llama “extraperlo”) que la vida resulte cara e incómoda. Aparte de eso , y suponiendo que la vida fuera allí normal en el sentido económico, Madrid resultaría siempre un vieja villa con pretensiones de ciudad moderna. Siempre que alguien se enfrenta con el problema de querer ser sin ser, resulta en algo ridículo o sublime. Madrid tiene de ambos extremos. Hay dos cosas sin embargo que salvan a Madrid de la antipatía extranjera: los madrileños y el Museo del Prado. Los primeros son encantadores y el segundo es algo deslumbrante para todo espíritu con un poco de inquietudes. Sin embargo creo que los madrileños se enorgullecen sin mucha justificación más por la Gran Vía que por el museo del Prado. La Gran Vía es una hermosa avenida de magníficos edificios, teatros y cafés. Esto últimos en el verano se extienden hasta las aceras que son amplísimas, y para los madrileños lo más chic y entretenido resulta el sentarse en estas mesitas con el pretexto de tomar una copa o un vasito de café para matar el tiempo (que aquí se mata despiadadamente. Y luego ustedes los norteamericanos dicen que los boricuas somos perezosos) y ver pasar los traseuntes. Es fama que por la Gran Vía desfilan las mujeres más elegantes y chic de España. Yo he frecuentado en muchas ocasiones estos cafés precisamente a las horas mas “elegantes” (de seis a diez de la noche) y no me he tropezando aún con una sola señora que pueda calificarse de elegante o de bien vestida.
No crea usted que se trata de problema económico. nunca como hoy ha corrido tanto dinero en España, especialmente en Madrid. Quizás se deba al hecho de que aquí está definitivamente desterrado el sombrero femenino. Digan lo que digan una mujer sin sombrero no puede nunca aspirar a vestir “bien”. Y no culpo a las madrileñas por no usar esa prenda pues los pocos sombreros que se exhiben en las casas de modas y en las tiendas lujosas son sencillamente horribles. (He querido acumular al principio todas las impresiones desagradables para poder luego hablar de todas las cosas que han cautivado mi espíritu en esta vieja y gloriosa España.)
Como aún no hemos conseguido piso en Madrid hemos venido a Béjar junto a la tía de Serena donde hemos pasado más de un mes. Resulta interesante esta vida de pueblo chico pintoresco (punto de veraneo cerca de Madrid y que me recuerda mucho físicamente a Adjuntas.) He conocido una taberna (o mejor dicho, varias) típicas castellanas. Ahora concibo claramente muchos pasajes de la literatura clásica española (Oh, mi señor Don Quijote) que antes no podía apreciar. He sido invitado a una romería y pasé en ella el día más delicioso y divertido que pueda usted imaginar. Sobre estas experiencias he escrito algunas crónicas en tono humorístico que me gustaría fueran publicadas en la prensa boricua, pero como siempre mis compatriotas y yo nos entendemos. Pienso recopilarlas para publicarlas en forma de libro posiblemente en España. Me alegra el contratiempo de alojamiento en Madrid pues vivir in provincias es el único mode de conocer íntimamente el sentir y pensar del pueblo español.
Pero lo qua más me ha impresionado ha sido un viaje que di con Serena (los chicos se quedaron con la tía en Béjar) siguiendo el itinerario Madrid-Toledo y luego Madrid-Sevilla. En Madrid conocimos a mis tíos de Mallorca que vinieron a la capital expresamente para saludarnos. Nos hospedamos en esta ocasión en un buen hotel de la Gran Vía y pasamos unos días muy divertidos asistiendo a teatros, cines, museos, parques e iglesias. Como loa visita al Museo del Prado fue una visita relámpago no puedo hablar concienzudamente de la misma. Sin embargo puedo adelantarle que las salas de Velázquez y El Greco despertaron mi más honda emoción que las demás visitadas. Conocí obras de Ribera, un pintor par mi desconocido, y que me entusiasmaron por el vigor y realismo del dibujo. En cambio Goya me decepcionó tanto en su aspecto cortesano (retratos de reyes y nobles) como en su época de esperpentos. Resulta interesangte notar que estas últimas obras de Goya se aproximan de un modo asombroso a la pintura contemporánea. La fama de las Maja, tanto la desnuda como la vestida podrá ser confirmada y apreciada por los entendidos. Pero a mi sinceramente nada me dijeron ni a los ojos ni al alma, los dos ilustres señoras, que según la leyenda son una misma y por ende mujer de un duque de Alba. (De la actividad teatral hablaré más adelante. no quiero perturbar el relato con cosas poco gratas.)
Toledo en esta época puede compararse a Ponce por el clima. Resulta un verdadero horno monumental. Pero esta molestia es compensada por el placer estético y por la emoción que despiertan lo lugares visitados. Solo me es posible citar los monumentos y añadir algo interesante sobre ellos porque no vendría al caso una relación completa de todo o que vimos allí. En primer lugar, el monasterio de San Juan de los Reyes, edificado por los Reyes Católicos. Edificio medieval, con detalles mudéjares [ed., mezcla de estilos moriscos y cristianos] y un tímido amago de renacimiento español (plateresco) [ed. estilo español de ornamentación del siglo 16] . Alrededor de la fachada penden desde hace siglos los grillos que agarrotaban a los cristianos liberados por Fernando e Isabel del poder de los moros. El hermoso claustro (patio interior) fue estúpidamente estropeado por los rojos quienes destrozaron los frescos por tener alusiones religiosas.
La casa de El Greco, cuyo único valor es histórico y sentimental, se conserva bien aunque ha sido restaurada en parte. El Museo del Greco, donde no se encuentra lo mejor de este pintor. Hay una sala con los retratos de los apóstoles. Pertenece a la última época. El dibujo se ve nerviosos, imperfecto. El colorido, rico como siempre, aunque los detalles no fueron acabado. El guía nos asegura que el se ha encontrado a si mismo y que abandona y desprecia las reglas y métodos anteriores. La Catedral, gótica-renacentista, albergando un tesoro inmenso de riquezas materiales y artísticas. El tesoro de la Catedral fue saqueada por los rojos. Algunas prendas como la corona de la Virgen fueron recuperadas. Esta última en el equipaje de Negrín [Ed., Presidente de España antes de Franco, 1937-1939] en Barcelona. Pero el manto que estaba bordado en perlas y piedras preciosas no ha podido ser recuperado. Sin embargo lo que más me impresionó fue una imagen del la Virgen tallada en mármol, del siglo XIII (La Virgen Blanca, la llaman), una figura de San Francisco tallada en madera en un solo bloque. (Pedreira [Ed., el autor Antonio S. Pedreira?] aseguraba que para él esto era lo más preciosos de la Catedral de Toledo) y el coro. El coro es una maravilla. Tallado en alabastro por Berruguete y Felipe de Borgoña (Español el primero y francés el segundo) por orden del Cardenal Cisneros. Fue una competencia de titanes. Sin embargo, para mi, el genio español se llevó la palma. Las figuras de Felipe de Borgoña se ven estáticas, convencionales, frías. En cambio las de Berruguete gritan, sufren, se retuercen con un dolor tan vivo que impresiona. La iglesia de Sto. Tomé. De la Iglesia no sé decirle nada porque estuvimos media hora absortos ante “El Entierro del Conde de Orgaz”, obra maestra del Greco, obra de transición entre su primer estilo italiano y su estilo propio español. Después de ver ese cuadro maravilloso no era posible fijarse en nada más dentro de aquel recinto. El Alcázar de Toledo, o mejor dicho, sus ruinas porque lo que fue Alcázar de Carlos V sólo conserva los subterráneos, algunos paredones ruinosos y poquísimos arcos del hermoso patio interior, amén de la estatua del Emperador que se yergue en medio de las ruinas. Como recordará usted, aquí resistieron por tres meses los nacionalistas el asedio de los rojos y a ello se debe su destrucción. Hay en Toledo otros muchos monumentos que por su interés histórico y sobre todo arquitectónico resultan tan interesantes o quizás más que los mencionados, pero a nosotros nos fascinó una fábrica de armas blancas toledanas y perdimos allí a más de mucho dinero cerca de dos horas lo cual alteró nuestro recorrido. Toledo es famoso sólo por las hojas toledanas, (las famosas espadas toledanas que se mencionan en la literatura medieval francesa e italiana) si no también por el damasquinado, un trabajo maravilloso de hilos de oro sobre acero, herencia de los moros. De este tenor hacen joyeros, pitilleras, pulseras, el mango de cuchillos, puñales y corta-papeles, y ánforas. A nosotros nos trataron como a turistas y desde luego no explotaron. Gastamos allí $180.00 y luego en Sevilla y en el mismo Madrid vimos lo mismo a precios más reducidos. Claro que esto en España es carísimo, pero en América ese trabajo que es hecho a mano costaría una fortuna. Serena compró un joyero y un ánfora diminuta, y unas tijeras. Yo, un cuchillo de caza y un corta-papel en forma de florete renacentista. Regresamos a Madrid sudorosos negros del hollín del tren (los trenes aquí son una calamidad) y extenuados físicamente, pero con el espíritu en un “pitch” muy alto.
De Madrid a Sevilla hicimos el viaje en avión. Aquí, según pudimos apreciar se viaja en avión por comodidad, pero no por hacer un viaje de urgencia como en América. Digo esto porque salimos del aeropuerto dos horas y media después de la hora fijada para la salida. Y todo porque al avión le estaban arreglando las bujías precisamente en la hora fijada para la marcha (formalidad genuinamente latina, hay que reconocerlo). Sevilla es un encanto. No se imagine usted una ciudad que vive de recuerdos y de “pintoresquismos: solamente [texto borroso] <--> principalmente reside su encanto, pero Sevilla resulta también una ciudad insospechadamente progresista y rica, muy a la moderna. En este sentido encontramos allí comodidades y diversiones más del tipo americano que en Madrid. Nos hospedamos en un magnífico hotel europeo, con una servidumbre fantástica y una cocina exquisita. Para abreviar, le diré que de Sevilla me fascinaron tres cosas: el Alcázar de Sevilla, el típico barrio de Santa Cruz en una de cuyas plazas está enterrado Murillo y en otra de la cuales hay un colmado con el poético nombre de “La Flor de Puerto Rico” y los paseos en coche de cagllos por la paret vieja de la ciudad o bien por el encantador parque de María Luisa. Hay que mencionar, aunque no sea más que mencionar, la Catedral con el cuerpo del Rey Fernando el Santo (conquistador de Sevilla de manos de los moros) encerrado en una hermosa urna de plata cincelada (no confundir con Fernando el Católico. El Santo es anterior). La airosa torre mudéjar, la Giralda, desde la cual tomamos unas fotos y que en su interior constituye un inmenso autógrafo ya que las paredes están materialmente cubiertas de firmas de visitantes. El Archivo de Indias, en un sobrio y elegante edificio grecorromano, la Torre del Oro, monumento árabe anterior a la Giralda, el palacio donde se alberga hoy la fábrica de tabaco (monopolio del gobierno y cuyos productos resultan infumables), la típica calle de las Sierpes, el delicioso Jardín de Murillo y los edificios que se conservan de la Exposición del 1929 (Exposición Hispanoamericana) en muchos de los cuales se albergan hoy consulados de países americanos (el pabellón de Perú es el más hermoso). El Alcázar es precioso y uno de los monumentos de Sevilla mejor cuidado y conservados. Fue construído por Don Pedro de Castilla (Pedro el Cruel) sobre lo que fue palacio de los sultanes mudéjares. Posteriormente fue ampliado y restaurado por los Reyes Católicos, Carlos V, Isabel II y últimamente Alfonso XIII quien instaló en él un cuarto de baño moderno (moderno de hace veinte años). El Generalísimo se hospeda allí cuando visita Sevilla. Lo que más nos sedujo fue el oratorio de los Reyes Católico en azulejos preciosos, la cámara de los sultanes, el Patio de las Muñecas, los baños de Da. María de Padilla en el subterráneo y donde dicha señora, querida de Don Pedro el Cruel nunca se bañó, y los jardines con su bellísimo pabellón de Carlos V de estilo plateresco con influencias mudéjares. Igual que en Toledo hay en Sevilla infinidad de lugares digno de visitarse, pero que nos fue materialmente imposible visitar a pesar de haber permanecido tres días en la capital andaluza. No quiero dejar el tema de Sevilla sin mencionar la hermosura de sus mujeres. Esto lo consideraba yo como una leyenda pintoresca, pero la realidad sobrepasa la leyenda. Ni en P.R., ni en N.Y., ni en Lisboa, ni en Madrid he visto una representación tan hermosa del sexo femenino. Y es que lo tienen todo. Son guapas, lindas y con un gracejo especial incomparable. Otra nota curiosa. Los puertorriqueños nos acercamos más a los andaluces en el modo de habla que a ninguna otra región de España. He sorprendido giros y modismos que me han sonado a “puro jíbaro”.
Como último punto de nuestro recorrido o mejor dicho del mío ya que Serena tuvo que regresar a Béjar por enfermedad de su tía, está Ciudad de Salamanca. Creía yo imposible, o mejor dicho, nunca pude imaginar que después de visitar Sevilla y sentirme encantado con esta ciudad pudiera existir una ciudad castellana que no sólo me “encantara” en el sentido corriente si no que materialmente me embrujara. Pues bien, esto me ha sucedido con Salamanca. A pesar de su abolengo tan genuinamente español y sobre todo castellano no creo que pueda encontrarse en España (ni fuera de ella, desde luego) una ciudad como la salmantina. No es extraño que haya ejercido este influjo sobre mí pues (pobrecito peregrino) ya antes personajes geniales sintieron ese influjo. [texto borroso] <- - - > es una ciudad señera y señorial, llena de hondos silencios, propicia a la meditación y el estudio (también Sta. Teresa de Jesús vivió y escribió en Salamanca). Para los espíritus frívolos incluyendo en ellos a muchos españoles Salamanca resulta (oh, sacrilegio) simplemente una ciudad provinciana. Dios Santo, ¿son ciegos física y espiritualmente? Para los ojos (estos ojos que se ha de comer la tierra) Salamanca es toda ella un monumento dorado. Nada de metáforas. Desde su fundación hasta nuestros días los edificios salmantinos han sido construidos de una piedra especial y única extraída de unas canteras cercanas. Esta piedra, gris cuando se extrae de la cantera se convierte por la acción de los años en un color oro rosado que da a la ciudad un aspecto bellísimo y fantástico. Añada usted a la natural belleza de la piedra toda la filigrana de fina orfebrería del arte plateresco que allí encontró su expresión más auténtica y podrá imaginar el aspecto deslumbrante de Salamanca. Como si fueran poco estos factores las puestas de sol de la meseta salmantina son famosos por su derroche de luces rojas y doradas. De modo que al contemplar la ciudad a la hora del crepúsculo se siente uno transportado a un reino que no es ciertamente de este mundo.
Conocí allí personalmente a Don Manuel García Blanco a quien yo conocía por correspondencia y quien se había interesado en mi obra. Don Manuel ocupa hoy en el Colegio de Filosofía y Letras la cátedra que ocupaba allí Unamuno. En el curso 1931-32 fue catedrático visitante de la Universidad de Puerto Rico. Conserva un gratísimo recuerdo de aquel año y es un entusiasta admirador de nuestro pueblo y nuestro folklore. Me mostró su minúscula biblioteca puertorriqueña que incluye obras de Pedreira (de quien fue amigo y admirador), de Tomás Blanco, de llorens, Gautier Benítez y Palés Matos. Fue muy amigo de Margot Arce, del Dr. Lavandero, de Chardón (entonces Canciller de la U.P.R.) y de Miss Machín. Para vergüenza mía como puertorriqueño me he enterado que sin duda por pasiones políticas estos señores han olvidado aquella amistad y han descontinuado sin explicación de ninguna índole las relaciones con los señores de García Blanco. Hubo una época cuando las condiciones de viaje entre América y Europa estaban normales, en que el hogar de los García Blanco constituía una especie de Consulado puertorriqueño en Salamanca. Hoy, mi visita constituye una excepción y he tenido que darles noticias de Puerto Rico que ellos ignoraban por completo: la muerte de Pedreira, la de llorens, el matrimonio de Margo Arce, la reforma física y pedagógica de la Universidad, la situación política, el Teatro universitario con Poldín a su cabeza, la estadía de Salinas en nuestra universidad, cuyo último libro de poemas publicado en la Argentina me mostró el Dr. García Blanco y otras de igual o parecida índole. Él a su vez me habló de las actividades de los teatros estudiantiles que reviven en plazas y atrios obras clásicas españolas entre las cuales se cuentan autos sacramentales y entremeses de Unamuno, el sublime y agónico Don miguel, de la universidad Salmantina, de los movimientos literarios de la España actual. Me regaló varios libros entre ellos uno póstumo de Unamuno prologado por él y con una simpática dedicatoria de mi nuevo amigo. Fue cicerón amable e inteligente en el recorrido a los monumentos y lugares históricos. Me llevó a su peña literaria compuesta de catedráticos, profesores ayudantes y estudiantes. Conocí gente interesantísima y pintoresca (entre ellos a tres rumanos exilados por la ocupación rusa).
Mi visita coincidió con el Congreso Mundial de Paz Romana organizado en el cuarto centenario de la muerte del Padre Vitoria. Por ello tuve el privilegio de asistir a una exhibición de manuscritos raros y de códices (libros anteriores a la imprenta) tesoros inapreciables de la biblioteca de la Universidad salmantina. Estos sólo se sacan a la luz en muy contadas ocasiones y por ello fue una suerte para mi poderlos admirar.
Entre los Códices interesantes encontré un del 1592 en el cual se menciona a Puerto Rico. Es un libro de geografía escrito en manuscrito por un Sevillano y con mapas (fantásticos mapas ciertamente) originales del autor. Por medio del Dr. García Blanco conseguí que me prestara dicho códice y he tomado notas muy interesantes del mismo. Admiré también la reliquia más querida de la Universidad, un códice de Fray Luis de León, exegesis del libro de Job y por el cual fue Fray Luis condenado a prisión por la Inquisición. Ví la cátedra de Fray Luis donde pronunció las famosas palabras al regreso de su prisión “Como decíamos ayer…” Los bancos rústicos conservan los nombres grabados toscamente de amantes de estudiantes salmantinos hoy centenarios y sin embargo tan contemporáneos: Teresa, María… En la capilla universitaria se conservan en una urna las cenizas de Fray Luis. La Universidad fue fundada en el siglo XIII. Claro que los edificios que se conservan son de épocas posteriores, siglos XV, XVI y XVII. Hablar de los monumentos salmantinos es tarea agotadora. No lo intento. Sin embargo le diré que aún se conservan reliquias de la época romana: una iglesia, dos capillas y el puente sobre el Tormes. El monasterio medieval donde estuvo Colón obteniendo los favores del confesor de Isabel la Católica (es pura leyenda lo de que los doctores de la Universidad se burlaran de Colón. El, en Salamanca, sólo se relacionó con monjes en dicho convento). Y aunque no tan histórica la Plaza Mayor, es una hermosura del siglo XVII la cual fascinaba a Unamuno. A propósito de Unamuno, toda la Salamanca está llena de él. Las anécdotas, los cuentos, los lugares por él frecuentados, la Universidad, las librerías ofreciendo sus libros, la simpatía y admiración del los salmantinos hacia el ilustre filósofo. La casa rectoral donde vivió 14 años; con la hermosa parra que él cantó en “La Parra de Mi Balcón”. La casa donde murió que se intenta convertir en monumento nacional. Su biblioteca (muy nutrida de textos ingleses y americanos) cedida antes de morir a la Universidad. Todo habla de Don Miguel, el torturado Don Miguel, cuyo busto de tamaño heroico se yergue en bronce y granito en la escalera interior del Colegio Anaya (Colegio de Filosofía y Letras). Desde que se colocó este busto en dicha escalera (en vida de Don Miguel) él dejó de usarla. Subía y bajaba por otra pequeña para no encontrarse con “el otro Don Miguel”.
Se me olvidaba decirle que en Madrid tuve una interesante entrevista con Jardiel Poncela (recuerda la obra suya que empezamos a ensayar?). Pero de teatro le hablar en otra carta. Ya ésta se extiende demasiado. Resumiendo: España es un paraíso para el espíritu y una tortura para el cuerpo. Echamos mucho de menos las comodidades y facilidades de América, pero el goce estético compensa con creces esas pequeñas incomodidades. De salud, en términos generales todos bien, aunque el clima de Béjar parece no sentarle a los niños afectarme a mí (por la altura) los oídos. Pensamos ir a Galicia a pasar dos meses y luego en el otoño en Madrid.
Hasta la próxima. Saludos afectuosos a Willy, mimos a los peques y para usted un abrazo muy cariñoso de
(manuscrito)
René
P.D. Muchos cariños de Serena y los nenes.
“Queridísima Mrs. Cumpiano”: Letters from René Marqués, 1945-1948
PREAMBLE BY MARION WEINFELD-CUMPIANO
For a quarter of a century James Joyce wrote regularly to Harriet Weaver, a shy Quaker lady, his patron, generous benefactor, and confidante. It would be presumptuous to attempt to equate the importance of René Marqués’ letters to me with those letters, which despite the long friendship always began with the forma greeting, “Dear Miss Weaver.” My active association with René and our correspondence lasted for less than a decade and my role in his career was relatively minimal. Still, similarities can be traced between the letters of the great Irish writer to the quiet English lady a few years older than himself—one whose life style was removed in many ways from his, yet one with whom he always felt a bond of gratitude and interest—and those of the Puerto Rican playwright to me, a young matron more involved at the time with teaching and domesticity than with larger cultural affairs.
Over the stretch of years, Joyce wrote Miss Weaver of his many problems with publishers, his illnesses and family problems. More significantly, during the long gestation of the work in progress which was to become Finnegan’s Wake, he explained in detail as he went along what he was trying to accomplish in the work and the way to thread through its mazes. Even though she could not always comprehend its obscurities—and who can?—her support was unswerving. Their meetings were rare—at one time in Paris her maidenly gentility was shocked by his lack of sobriety—yet Joyce continued to share with her the minutiae of his creative process.
With the same exquisite formality and courtesy, René’s letters addressed to “Queridísima Mrs. Cumpiano” detailed his work and trials. He recounted his personal crises as they were happening; he gave his impressions and evaluations of the books he was reading, described the literary and theatrical scenes in Puerto Rico, the U.S. and Spain as he was experiencing them. He dealt, moreover, with his struggles to work out problems in his early plays and expressed his disappointments when they received adverse criticism. In these letters, too, can be read his great dedication during those difficult post-war years to improving he cultural life of the Island and awakening the still-unformed Puerto Rican mass audiences to appreciate artistic effort and talent. Especially revealing are hi apprehensions for the success of bringing to Arecibo, where he lived, the cultural opportunities which otherwise could be enjoyed only in San Juan. With his characteristic intensity, he expressed his concern about the political, as well as the cultural issues of the day and turmoil at the University of Puerto Rico.
My more conservative contrary position regarding the student unrest there exasperated him. As a continental American, I was in his mind associated with the enemy camp, but, because as friend and mentor I represented to him the larger cultural world, he retained always the deepest respect and avowed appreciation for my part in his early development
Our friendship began in Arecibo in 1940 when I was supervising the teaching of English in the local and nearby schools. He had somehow heard and been impressed by the fact that I had written my Master thesis about experimental technique in modern drama and had already begun doctoral studies in the same field. He approached me with the request to direct the Spanish play, Tu el barco, yo el navegante, which was to inaugurate the fledgling Areyto group he was forming, an offshoot of the San Juan company headed by Leopoldo Santiago Lavandero (Poldín). I argued that I was unfitted for such an endeavor. True, I had had experience acting in amateur theatricals in the U.S., but had previously directed only one play. Furthermore, my Spanish was still very limited as I had come to Puerto Rico only a few years before and was just beginning the serious study of the language. I could not dissuade him. It was easier for him to convince me to accept the challenge, for I had no other obligations that year besides my work, since my husband was at an Army camp, called in military service by threatening reports of U.S. involvement in World War II.
During the production in which René played the leading role, there were many opportunities to talk. He was eager to hear about the American theatre, which was floundering at the time. I described to him the plays of Eugene O’Neill, Arthur Miller, and Tennessee Williams, which I had seen, lent him books and suggested further reading. His curiosity was insatiable. He quickly absorbed whatever I could tell him.
After the production of Tu el barco in Arecibo, followed by a later showing in San juan, I left Puerto Rico for some months to follow my husband to an Army camp in Georgia, where my first child was born. At the outbreak of the war, I returned to Puerto Rico and began to live in Hato Rey while teaching at the University of Puerto Rico. By means of frequent letters written between 1945-1948 our friendship was resumed (travel and phone calls were not so convenient in those days as they are today).
In the few years between the time I left Arecibo until our correspondence began, René had already embarked upon his career as a dramatist and was y envisioning the production of his plays in the English-speaking world. His enthusiastic confidence in my ability led him to insist on my translation of one of his plays, anyone I should choose. Letters concerning this project followed in rapid succession—sometimes daily—but he wrote, as well, of all matter which preoccupied his fertile mind and pen.
His last preserved letter is a fitting close to our correspondence. After some disillusionment with my judgmental response to the violence at the University, he was still friendly enough to request a small service. With second thoughts about his usual formal, yet affectionate greeting, he addressed me for the first time more intimately, calling me by my own first name.
After 1948 when René moved to the San Juan area, there was no further need for letters. Although we were no longer distant in space, we met seldom. He was busily absorbed in his brilliant career writing successful plays, essays, stories, a novel, and meeting distinguished writers, intellectuals and political figures—while I was occupied, as I was, with domesticity, motherhood, teaching and studying.
Unfortunately, my many moves over the following years made it difficult for me to preserve all the letters. The seventeen extant letters totaling many thousand words, were stored for more than thirty years during my peripatetic existence and have only now been discovered. I trust that the selection here reproduced will whet the appetite of readers for the remainder. The letters that follow present a portrait of the playwright as a young man, forging like Joyce, “in the smithy of [his] soul the uncreated conscience of [his] race."
En Arecibo, P.R.: mayo de 1945
Queridísima Mrs. Cumpiano:
¿Cómo están los Williams de la familia [ed. esposo Willy; hijo recién nacido William] (Padre e hijo) Supongo que Willy padre estará contentísimo con la perspectiva de un próximo licenciamiento. Quién iba a decirle que sus hijos además del valor intrínseco de ser carne de su carne habrán de tener hoy un valor de puntos en el ejército! Willy como soldado (hablo en términos genéricos, yo sé que él es oficial) se sentirá muy optimista respecto a la guerra. Tal parece que la pelea en el Pacífico anunque dura y cruel no será todo lo larga que se anunciaba. Ya, hay rumores de prog. [sic] y cuando el río suena...
Bueno, Mrs. Cumpiano, y ahora al anuncio de algo que tal vez le sorprenda. En mis momento más amargo y en aquellos más felices siempre he pensado en usted; confiándole mis penas y alegrías, mis decepciones y esperanzas. En esta ocasión más que nunca he de confiarme a usted ya que se trata de mis obras Usted en relación a mis obras ha sido una "madrinita buena". Eternamente le serviré agradecimiento por su bondad y comprensión. (Perdóname los borrones. No acierto a encontrar las palabras apropiadas). Mis obras, o mejor, mis ensayos literarios (hoy eso de obras me suena demasiado pretencioso) eran un lastre que amarraban mi humanidad a un islote de seuños, a una región irreal, sin duda propicia para la creación intelectual, pero atrofiante para el desenvolvimiento normal y lógico del hombre-común René Marqués, esposo, padre de familia, agrónomo fracasado y comerciante sin ciernes. Hacía tiempo que el dilema existía latente en mí, pero durante los últimos meses habíase convertido en problema apremiante, angustioso, hasta estallar en una crisis inevitable. Resultó preciso escoger entre (1) el posible escritor: un ente de ensueño, ridículo en su ambiente, inútil a la familia y a la sociedad, sensibilizándose hasta lo mórbido, alejándose cada vez más de la realidad y (2) el hombre común: tipo diz [ed. ortografía imprecisa] que simpático, de buen corazón, joven, de inteligencia despierta (?), torpe para el trabajo (¡pero cuántos no han vencido esa torpeza), de risa fácil, de charla alegre y de otras muchas cualidades convencionales y vicios también convencionales. Sí, fué preciso escoger. La lucha fué dolorosa, pero al fin venció al hombre común. Tuve que matar dentro de mí muchos sueños, muchas cosas hermosas, muchos "pajaros azules", y no fué facil. Todo lo contrario. Me costó lágrimas físicos y sangre espiritual. Pero vencí en mi propósito. Destruí todos mis obras, copias y originales, todos, (la penosa labor de cuatro años). Era ya un pequeño tesoro. Quince cuentos, seis dramas, dos tragedias, dos novelas, poesías inéditos, artículos que nunca se publicaron, cartas que nunca fueron enviadas. Hora y media duró el suplicio. Tengo dod dedos llenos de ampollas, pero experimento un sentimiento de libertad que pido a Dios no se borre jamás. Supongo que Hernán Cortés sentiría lo mismo después de quemar sus naves Ahora me admiro de haber tenido valor para hacerlo, pero no me arrepiento. No podía vivir en aquella zozobra: esperanzas, decepciones, esperanzas, decepciones, sueños, realidad, sueño, realidad. la cadena se hacía interminable y mi capacidad para el sufrimiento era muy limitado. No quiero escribir más. Sólo quiero apegarme a la tierra, a la vida y ser rutina como millones de seres lo hacen y vivir como ellos en una relativa felicidad, sin sueños desmesurados ni imposibles ambiciones. Para eso "cometí" suicidio intelectual. Sólo siento haber publicado Peregrinación. Eso es algo que no puedo destruír pero que quiero olvidar.
Lo que he hecho tiene sobre lo que no pude haber hecho una enorme ventaja para mí: tranquilidad. Hoy podría aprobarse o vedarse una ley creando una Escuela de Bellas Artes y yo al leer la noticia no sentiría un terrible vuelco en mi corazón. (Es probable que la ley, con enmiendas, se apreube en la próxima sesión legislativa con el visto bueno del gobernador). Hoy Poldín y su Teatro Universitario podrían (y es probable que lo hagan ¿por qué no?) representar veinte obras de autores puertorriqueños y yo al leer la noticia no sentiría resentimiento por las falsas promesas de Poldín respecto a una de mis obras. (Antes, como autor defraudado lo había resentido terriblemente). Hoy, o mejor dicho, el próximo año podré leer con tranquila curiosidad el veredicto del Instituto de Literatura en vez de leerlo como hace poco con un casi desvanecimiento de zozobra que luego convirtíase en una gran desilusión. (Sería muy hipócrita si no confesara que tenía la esperanza que de algún modo se mencionara mi "obra") Hoy no me quita el sueño un probable viaje a España. Y pienso que si alguna vez realizo el viaje será como turista cursi e ignorante y no con la agobiante obligación de "reformar" el teatro peninsular. En resumen: hoy puedo gozar de la vida en vez de sufrirla. Y hoy veo claramente que mis desilusiones (que siquiera llegaron a ser fracasos, excepto en el caso de Peregrinación) estaban haciendo de mí un tipo huraño, egoista e insoportable. Por eso tuve que matar al posible escritor dentro de mi.
Serena ha lamentado terriblemente lo sucedido. No puede conformarse a la idea de que todo aquello esta hoy perdido. Yo aproveché una ausencia de ella y Raúl para romper los manuscritos) Pero ya se acostubrará. Después de todo ella no se casó con un escritor sino con un actor aficionado graduado de agrónomo.
Hasta aquí la noticia que debía usted saber, madrinita buena Cierto es que no lo será ya más de mis locuras literarias, pero espero que lo siga siendo de este amigo que mucho la quiere,
René
Nueva York, 4 de mayo de 1946
Aun estamos estancados en N.Y. Hemos tenido que esperar 15 días por el permiso de Lisboa para pasar por Portugal. Ahora tendremos que esperar otro tanto hasta que la Pan American nos acomode ya que por el dichoso permiso portugués perdimos nuestros pasajes del 22 de abril. El viaje en barco fue un desastre. Todos nos mareamos, el servicio y las comidas pésimas, los camarotes sucios e incómodos. N.Y también me ha causado muy mala impresión. Los edificios se ven viejos y descuidados y las calles, sub-ways, guaguas, etc. están sucias y llenos de basura, aún en la Quinta Ave. El aire es irrespirable a causa del hollín. Estuvimos en el Ansonia Hotel en la calle 74 y Broadway, pero aunque conservamos allí la habitación nos hemos tenido que mudar a Long-Island, a casa de una amiga hospitalaria. Esto sí es encantador. Todo limpio, las calles amplias, árboles, jardines, hortalizas, etc. Me recuerdo bastante a Santurce.
Hemos asistido a tres “plays”. El primero, “Candida” de Bernard Shaw con Catherine Cornell. La labor de la Cornell es buena, pero la obra no me gustó. Además en la actuación se cuelan resabios de viejo teatro. Fue como un duchazo a mi entusiasmo por las tablas yanquis. Luego vimos “Pygmalion” con Raymond Massey y Gertrude Lawrence. La actuación de ambos fue algo soberbio y el montaje superior a “Candida”. Además la obra es más de mi agrado (ya conocíamos la versión cinematográfica de Leslie Howard). Pero todavía no estaba yo reconciliado con Broadway. Fue luego, al ver “Glass Menagerie”, de Tennessee Williams, que recuperé la fe en este teatro que O’Neill y Rice me habían hecho admirar tanto. No voy a tratar de describirle la obra, pues el argumento es algo que nada diría. Lo esencial es la técnica, el modo de presentar el problema, pero sobre todo la “atmósfera” (algo que hace recordar a Chekhov, y a Lenormand en “El Tiempo es Un Sueño”). El montaje es algo realmente maravilloso. El uso de las luces se convierte aquí en un arte esencial a la obra. Y la actuación de Laurette Taylor es formidable. Este era la clase de teatro que yo ansiaba ver en N.Y. Como las entradas para los “plays” es preciso compararlas con varias semanas de anticipación, y no sabemos la fecha de salida para Lisboa, nos ha sido imposible ver más teatro en N.Y. Además del “Cyrano” de José Ferrer se está preparando para un próximo montaje una misma obra de O’Neill, “The Iceman Cometh”. El acontecimiento de la temporada es la llegada de una cía. inglesa de dramas en la cual trabaja Lawrence Olivier y la cual presentará en primer lugar “Henry IV” de Shakespeare. Luego, Oedipus, protagonizada por Lawrence Olivier.
El aspecto físico de los teatros, aquellos dedicados exclusivamente a “plays”, es detestable. Pequeños, calurosos, incómodos, “old-fashioned” en el decorado y la arquitectura. Tampoco era esto lo que yo esperaba de N.Y. En cuanto a los “plays” Antolín me dice que “Glass Menagerie” es aquí la excepción y no la regla. La regla, pues es, la comedia o el drama convencional. Bueno, y tanto que se critica en América el teatro español. Poco más o menos esto mismo el lo que hacen en Madrid, obras convencionales y de vez en cuando una obra del “nuevo teatro”.
Las salas de proyección (cines) son mucho mejores en su aspecto físico. En cuanto a películas, vi “Tomorrow is Forever” con Claudette Colbert y Orson Welles en el Winters Garden. La labor de Orson Welles es muy buena, pero la película no tiene nada nuevo. Luego fuimos al Music Hall de Radio City. Allí vimos “The Green Years” de Cronin (el autor de “The Citadel”). Nada extraordinario. Logramos ver parte del famoso “show” de “Easter” (llegamos tarde). Lo poco que vimos de este “show” que se ha montado durante once años en el Radio City para Easter me pareció una perfecta estupidez. Las muy famosas Roquettes con su “arte” matemático de alzar y bajar piernas al unísono me pareció entretenimiento para niños. Recuerdo las “revistas” españoles (el equivalente a los “shows” yanquis) y allí puede apreciarse el alma de un pueblo (no estoy hablando de zarzuelas, ese es otro género). Allí había música agradable, salero, picardía, sex appeal, y otro ingredientes. Aquí no hay más que vestuario deslumbrante y juego de luces. No pude menos que asociar el “show” con uno de esos enormes y bonitos “steaks” yanquis que cuando se les hinca el diente se convierten en grasa, pellejo y un poco de carne desabrida.
No crea que todo ha sido mala impresión para mí en NY. Me encantan los parques, los automáticos, las cafeterías, los soda-fountains, las tiendas de la Quinta Ave. los “markets”, la temperatura (en esta época), la política de nadie meterse en la vida del prójimo, etc. También me sorprendió ver que los neoyorquinos son gente bastante corteses y amables. Yo me los imaginaba como salvajes. Sere también está sorprendida pues ella dice que cuando vivió aquí tres años (del 1936 al 1939) la gente de N.Y. eran bestiales o poco menos. Será sin duda la guerra, que ha humanizado a la Ciudad de Acero.
Le incluyo dos recortes sobre teatro. Besitos a los peques y saludos a Willy.
Cariñosamente, René